DE LAS TAPAS LA ARAÑA E HISTORIAS ENCONTRADAS
Nos conocimos antes de que esto se llamara TAPAS LA ARAÑA; todavía decíamos cada quién por su lado, supongo: “vamos a casa de Ruth y Héctor”. Y esto ni siquiera estaba en planes, o tal vez sí pero yacían guardados en un rincón de sus corazones...
Entonces yo era una especie de animal nocturno sin sueños, ni piel, con un hondo vacío, que sólo se llenaba a medias de vez en vez con besos y caricias que robaba cada que podía y a quién se podía.
Cosa curiosa: bebía en casa de los anfitriones —junto a mi soledad que ocupaba un sitio en el sofá—, sin sospechar que mucho tiempo después podríamos tú de carne y hueso, y yo compartir un poco de vino o una chela junto a nuestra hija, aquí.
La historia de esta pareja —me refiero a Ruth y Héctor— ha estado unida a la mía, la tuya, la nuestra. Primero por trabajo, luego por amistad, ahora por una carnalez a toda prueba.
En realidad casi todo sigue igual, porque por aquellas épocas llegaba sobrio y salía bien pedo; sigo con esa feliz costumbre, lo único que ha cambiado es que las pedas ya las tengo que pagar.
Y si me dan chance, tengo una queja, anteriormente podíamos platicar, chupar y hasta pachequear a gusto, ahora si sostenemos un diálogo de más de cinco minutos es una hazaña... ese es el precio de la fama de Héctor y Ruth, creo.
Estas Tapas arácnidas cumplen hoy un año, pero sus dueños cumplieron ya dos años de casados, el mismo tiempo que mi mujer y yo de haber iniciado una vida juntos.
En este tiempo me he transformado tanto que casi no me reconozco, me ha salido piel nueva, de tan buena calidad que las llagas no se me notan más; ahora ya sueño, y respecto de las honduras sólo puedo decir: “Tus caricias llenan el pozo vacío de mi alma”.
Y brindo por todo ello, por TAPAS LA ARAÑA, por RUTH Y HÉCTOR, pero sobre todo porque la historia de sus dueños consiguió que nuestras líneas que corría paralelas se cruzaran un día.
¡SALUD!
MIGUEL G. GALICIA
23/ SEPT/ 2006
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