9 de julio de 2009

Federer, el espejo del tiempo digital

Por Héctor León

EL REY MURIÓ, VIVA EL REY
WIMBLEDON 2009
Federer, el espejo del tiempo digital

Match Point
La era Federer. La tecnología vuelve el tiempo más intenso y, sobre todo, inmediato, diría el escritor Don de Lillo, hablando de su novela El hombre del salto, en la que detenidamente cae un hombre al abismo. Si no cae, es porque su tiempo digital está cronometrado con el tiempo real, digital. “Es cierto que el espacio también se ha vuelto ficcional. Los relojes digitales separaron el tiempo del espacio”. Y el movimiento humano alcanzó esa velocidad, digamos, perfecta. Roger Federer, alcanzó el tiempo restante. Hoy en la catedral del tenis Wimbledon 2009, Federer llega a la cima del Everest del tenis de los ansiados 15 Gran Slam y tal vez --gracias a Rafa Nadal, a quien derrotó en el Abierto de Madrid, y destronó en Roland Garros el pasado mayo-- se corone coronado.

“En el reloj de números, la distancia de la aguja relacionaba el tiempo restante para una cita con un tramo material, el espacio que le faltaba recorrer en el cuadrante”, otra vez De Lillo. Así, habíamos conocido destreza con fuerza, inteligencia ajedrecista, espíritu, bárbaros drives/reveses: Sampras, Borg, Nastase, Connors, Becker y Edberg. Cuando Federer, aparece como el jugador perfecto, digital.

Cada versión del torneo más antiguo del deporte más elegante es una novela que se escribe día a día. Un malabar de porcentajes, porque todo se contabiliza, todo son porcentajes, dardos errados, tiros ganadores, entradas a la cancha, juegos por contrincante; pero lo único que no se mide es la esencia del tenis: espíritu y garra vs. técnica. Aunque sí, los expertos también lo miden: 50 por ciento técnica individual y 50 por ciento fuerza psicológica, espíritu vencedor, pues.

Set point
Tiempo y espacio en un suspiro que puede durar la sintonía de los aferrados jugadores, ellos determinan la duración del juego al ritmo de una lluvia de pelotazos en el ir y venir de raquetazos a 200 km por hora, promedio, esquivando dardos envenenados y filosos cuchillos asesinos. Sí, la deportividad asesina inglesa heredada y compartida para humillar en la derrota.

Mata para vivir, para pasar a la siguiente ronda, para intimidar al siguiente jugador, venga de donde venga, aunque entre los 20 primeros del ranking mundial, devienen de unos pocos países. Y entre ellos sólo hay un número uno que cuando cae difícilmente regresa. Roger Federer, el caballero que no se despeina, que sabe llorar y con una sonrisa recoge la copa que sólo el Matador de Rafael Nadal tuvo la osadía de arrebatar.

Hoy Federer firma una nueva era con una pregunta: ¿y si Nadal hubiera estado en Wimbledon? Pero en esta enciclopedia del tenis del Reino Unido hay varias leyendas: la una, cuando los niños se vuelven hombres –como cuando Federer ganó su primera copa- -; la otra, el torneo donde se sepulta a los campeones, cáliz que probó Federer hace un año en Wimbledon, en el partido más bello del siglo cuando Nadal lo metió a su juego y le quitó corona y el número uno.

Todavía nos saboreábamos aquel encuentro, cuando vimos encumbrar a Nadal a los cuernos de la luna ganando todo, mientras Federer caía en el abismo de sí mismo, llorando en el Abierto de Australia. Pero resucitó, destronando poco a poco al nuevo rey, primero en el Abierto de Madrid y su impactante nueva Caja madrileña; luego en el Roland Garros, reinado de Nadal a pesar de los parisinos. Federer regresó a Madrid, París y llegó sin llantos contenidos a Wimbledon.

El viejo Wimbledon, de las lluvias y partidos interrumpidos, llegó a si fin. Un techo artificial largamente anhelado y polémico apareció esta semana anunciando la nueva era de eternidades relampagueantes, ante las vísperas del día señalado: la final, siempre la final, entre dos maestros de la raqueta que reinventan una tradición centenaria, ignorando a los Sampras, los Conoors. Pues con ellos siempre llega el nuevo rey y, desgraciadamente para los ingleses, no será su compatriota, --como ocurre desde los años treinta-- y seguirán esperando… gracias a Federer. ¿Quién recuerda al perdedor? Nadie, sólo el ganador se afianza a la memoria.

Tiebreak
Jadeantes encuentros se transmutan en luchas de silencios, en octavos, cuartos y semifinales, sólo el victorioso desea que el contrincante que venga esté cansado. Agotado, había declarado Andy Murray luego de sostener un juego a cinco sets en semifinales, eso sí, arropado en todo el torneo por su público que soñaba con coronarse por fin. Federer, en su perfección de lenguaje, despachaba uno a uno en tres sets seguidos a sus rivales casi sin nombre, acaso Soderling, que al final de su carrera será recordado por convertirse en el verdugo de Nadal. Pero ante Federer logró la histórica cifra (siempre las estadísticas) de 11 partidos perdidos contra el rey.

Las reglas en la Catedral del tenis son sagradas, se alaban los aciertos del verdugo, la orgía de gritos destemplados ante el asesinato homicida del final, siempre el final, antes de ofrecer llegar a destrozar ante la red al oponente y ofrecer la diestra victoriosa y levantar la copa, el dulce cáliz. ¿No fue Thomas de Quincey quien dijo que el asesinato es una de las bellas artes? Y todo, sin embargo, es caballerosidad… sí, inglesa.

Una cancha dura exige destreza, velocidad, casi virtuosismo; la arcilla, cálida y lenta, está hecha para los ajedrecistas; el pasto de Wimbledon, no obstante, requiere casi la sagrada magia merlinesca para que la inteligencia se sobreponga a la rapidez y que el estilo destile elegancia. Bendito deporte que sublima en la caballerosidad la ferocidad femenina en su belleza atrayente de minivestiditos, en la estilizada gama de campeonas, algunas con gritos erotizantes y tramposos. Pero ese, es el otro tema.

Los look más in, la moda, las estrellas, todos de blanco, los postes de madera, los jueces con sombreros de ala ancha, el champagne, las fresas con crema. La aristocracia de la aristocracia. El juego rey que explota en el grito contenido, hasta que no se puede. Y en medio, el rey Federer, educadísimo con su saco beige. Atrás es un muro, imbatible, deja vivir unos segundos al oponente, su ataque es su mejor defensa, por lo que no le gusta ilusionar ni con un set al oponente, es rápido y violento. En la red marca estilo, nada de dejaditas ramplonas, no se anda con sutilezas. Duro y a las esquinas. En piernas siempre está en el lugar indicado, en mente está adelante de su contrincante al menos cinco raquetazos: lee dos segundos antes por donde viene la pelota, cuando contesta hasta la cámara se equivoca. Perfección digital, por lo menos. Es suizo, una ensamblado entre Björn Borg, Rod Laver y John McEnroe.

Disfruta del sacrificio y acaricia la genialidad. ¿Cómo se le llama a eso?

Con este Wimbledon superará a Sampras quien tiene la marca de 14° Grand Slam. Quince es el número mágico de Federer, aunado a cinco coronas en Wimbledon, cinco en el US Open y tres en el Abierto de Australia y con la de Roland Garros, superó a Sampras, que nunca conquistó el Roland. Suma 60 títulos en total.

Los contrincantes que acariciaron Wimbledon
Andy Murray, aún su parecido como jugador con McEnroe, le falta sacudirse un poco. Andy Roddick, ya estuvo en la cima y pronto puede regresar, cuando se canse Federer y Nadal lo permita. Djokovic o Del Potro, siempre estarán en el cuadro de ganadores. Tommy Haas, el niño prodigio, ya lo demostró.

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