Mexica-Magyar
Volver
la oscuridad consciente
Emilio
Águila
Llego a bailar en la tierra.
Ensancho mis alas junto a los
tambores:
Se eleva mi canto, sale de la tierra
La experiencia de lo real arcaico y la experiencia
de lo real existente es la propuesta del performance que desde México nos
presenta en Sevilla Emilio Águila, investigador e intérprete del teatro del
cuerpo. El bailarín post-cósmico nos dice:
“ Vivimos en una sociedad que ha reducido toda
experiencia de la realidad a una experiencia de imágenes al mismo tiempo que el
hombre contemporáneo se ha tornado incapaz de vivir su propio mundo simbólico. La realidad siempre ha sido, sin embargo, una
experiencia de imágenes, solamente que las imágenes están hoy al interior de
una cultura de la información (una visualización normativa que es a la vez
drenaje de nuestra subjetividad) a diferencia de las sociedades muy antiguas,
como la mesoamericana, que favorecían la representación, la manifestación antes
que la comunicación . Asi podemos ver que a la inversa de las imágenes del arte
moderno, las mesoamericanas (fijadas en
la gráfica de los códices, la escultura, la danza, la música y los cantos o
poemas) no son únicamente imágenes: son
signos- imágenes”
El performer, originario del barrio de Tlatelolco,
último bastión de la cultura azteca y hoy un conglomerado de edificios
multifamiliares en ruinas después de los terremotos de 1985, señala que:
“Me he acercado a la imagen náhuatl en varios géneros
y diferentes modalidades expresivas según la concepción de la imago, que José Lezama Lima define como un orgasmo sostenido en la visión
concebida como despliegue oracular: el presentimiento de lo que adviene como
imagen cosechada en una siembra interior y anterior, original”.
“He llegado al
performance a través del ejercicio del cuerpo visionario, concepto
desarrollado por la performer Lola Lince que asume una conjunción de saberes en
simultaneidad: el cuerpo físico (los
músculos, los huesos, la sangre, los nervios), la respiración y la mente. El
performer procede como el chamán, escalando desde el cuerpo material y la
respiración la imagen mental conseguida en el enfoque, la meditación, el
trance, la observación. Este arte del fluir es una emergencia de nuestra época
que desde la generación de los 60s labra su camino en un mundo donde las imágenes desvalijan nuestro
arsenal inconsciente y expanden en representaciones infinitas de entretenimiento
el lenguaje que drena nuestra subjetividad”.
Emilio Águila, que es
también escritor y cineasta , también
presentará una serie fotográfica
titulada “Ixhuina, diosa del amor carnal” y apunta que:
“Al “leer” la imagen
náhuatl en un ejercicio de activación imaginativa o imaginación creadora
(concepto que tomo de Jung) no tengo un interés
folcloristíco, -aunque confieso que estuve en algunas sesiones nocturnas
con los danzantes conocidos como concheros alrededor del templo mayor y la
catedral de México para conocer sus dinámicas;
y como todos los niños de México
participé en un baile “indígena” en mi escuela primaria, - sino lo he realizado
con el rigor y la libertad de lo chamánico. El performer prepara su propio
cuerpo como objeto mágico escultural, es parte regular y esencial de la
actuación. Me presento como un collage corporal decorado como podrían haber
estado los danzantes de la compleja diversidad de ritos prehispánicos, actuando
según una interpretación de composiciones musicales de inspiración indígena de
dos autores (Antonio Zepeda- Jorge Reyes) que se acercan a la imago náhuatl a
través de la ejecución de instrumentos arqueológicos y de instrumentos modernos”.
Emilio Águila continúa explicando:
“La música
del acto está fusionada de acuerdo a una estructura narrativa en variedad de metáforas (podríamos decir
glifos) que le permite al performer
presentar un tema completamente básico en el chamanismo, en el intento de
incorporar el poder de especies animales
imitándolas. Los chamanes en general adoptan las identidades de animales
de poder, (nahualismo) interpretan sus
movimientos, y duplican sus sonidos. La
afirmación de entender la lengua de los animales y de adoptar un estado mental
animal es fundamental para su mediación entre la cultura y la naturaleza. Ecos
de esta práctica son comunes en los anales del arte del performance . Su
poética me ha permitido una gama de registros en la
contrarrepresentación o tranfiguración que lo sustenta. El chaman busca la
capacidad de volar, así como el yogui busca la retirada del yo y el monje busca la salvación y felicidad eternas.
El performer, el hombre de hoy (marcado con atmosferas musicales de
compositores húngaros: Kodaly, Bártok y List),
desciende a sus potencias mágicas (oye su corazón e incorpora la sombra)
donde el cuerpo es un sabio desconocido. Ciertamente para el performer el acto
funciona como una iniciación o una catarsis personal, además de una
investigación del laberinto donde se torna la oscuridad consciente a través de
la expresividad visionaria. Emprende un movimiento en espiral que representa la
conjunción de elementos periféricos mediante la aproximación a un elemento
central y abarcador : la imago náhuatl”.
Dice el performer, formado en la escuela de Lola
Lince, bajo el concepto de danza experimental:
“Al contemplar las figuras que presiden los
trecenarios del calendario ceremonial náhuatl nos percatamos que están en
movimiento, sus posturas corporales son dinámicas; sus pies y sus piernas, los
brazos, el cuello, las manos y los pies, son de engañosa estabilidad. El
performer ha identificado siete posturas
de igual número de imágenes de deidades mexicas y crea con ellas tejidos
rítmicos, a su vez, hace lo mismo con la cruz cristiana. Visiona el perforer la imago náhuatl y la imago católica para urdir
una trama de fusiones que significan precisamente a la cultura mestiza”.
Señala Águila:
“El antiguo ritual
indígena mostraba turbadoras coincidencias con el católico. El performer actúa
en una oposición de formulaciones de creencia, fe, visión: las deidades
mesoamericanas que serían la que trabajan con la materia oscura y la deidad que impone su imperio (celeste)
místico: Cristo. Por una parte el corazón que se arranca del pecho de la
víctima para alimentar fisiológicamente al sol y por otra y el corazón
crucificado que también conduce a la ascensión (el sagrado corazón de Jesús).
El cristianismo suspende el mito de la dualidad y se impone como identidad
trinitaria”.
Finalmente
Emilio Águila expresa que:
“El performer asume que la imago náhuatl no son representaciones heredadas, sino
posibilidades heredadas de representaciones.
En otras palabras: la imagen prehispánica
es una disposición donde los saberes cifrados mantienen el signo abierto
en la imago donde actúa el performer .
El performer “ve” no piensa el mito profético (la
anunciación cósmica de la conquista española y la caída de una cultura) a
partir del existente real (el hombre moderno).
Emprende desde el ciudadano su ida
hacia lo animal en un prisma de iniciaciones ceremoniales, estaciones de un
proceso de conciencia y que son una continuidad expansiva en el espacio. El
movimiento, la música y la luz del escenario son unidad energética. El
performer visiona e interpreta imágenes más que creadas por el yo,
descubiertas por él. Imágenes de lo errante, imágenes autónomas que se enlazan
en el cuerpo del performer para manifestar la potencia psíquica de dos trascendencias en choque y fusión: la
imago náhuatl y la imago cristiana.
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